Jorge Oswaldo Martínez
Un solo individuo está catapultando las realidades de las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina, y apenas se comienza a ver la punta del iceberg que se nos viene encima, su nombre: Donald Trump. Aunque la verdadera pregunta debería ser: ¿qué no es Donald Trump? ¿Qué no ha sido Mr. Trump en la vida? No obstante, ahora anda él tras la silla de la oficina oval en Washington, DC. Su ventaja ante sus oponentes políticos, demócratas y republicanos, es la de un elefante rosado versus unos minúsculos ratones grisáceos con un poco de pigmento pink. El tipo no necesita captar fondos para su campaña presidencial porque lo tiene todo. Siempre tuvo todo. Nunca le faltó nada.
En las fotografías de infancia y temprana adolescencia, posando junto a su familia, se le ve como un querubín risueño a quien el destino le repara caminos de éxito tras éxito bajo una avalancha de felicidad. Al otro lado del río Hudson, en el salón de la casa de los Trump, en Queens, mientras que el pequeño Donald se entretenía armando sus bloques de lego en forma de rascacielos, su padre cerraba negocios al mejor postor entre sus clientes, aunque este no se atrevía a dar el gran salto hacia la Gran Manzana, donde se concentraban y se concentran todas las finanzas e inversiones del mundo. Este salto cualitativo lo haría Trump junior en el momento en que él decidiría tomar residencia en Manhattan para probar suerte con los negocios de su empresa. A los trece años, debido a su mal comportamiento, sus padres se vieron obligados a mandarlo a la escuela militar para así disciplinarlo, pues ya no hallaban que hacer con él. Finalmente realizó estudios en economía y salió inflado de ideas para poder ir a la conquista de lo que su padre no supo o no quiso intentar: invadir la isla de la ciudad de Nueva York. El resto de la historia todos la conocemos.
El 16 de junio fue la fecha en que a Trump se le metió en la cabeza anunciar su candidatura presidencial desde su torre Trump de Manhattan. Fue un día de fiestas y celebraciones de medias masivas donde la maquinaria de este magnate de inmuebles y director ejecutivo del show de tele realidad The Apprentice, se desplegó como un virus tenebroso que no se nos va hacer fácil controlar, ya no digamos destruir. Créanmelo: no estoy tratando de demonizar a Trump, sólo trato de seguir la trama que me dice la gente en el mainstream y compararla (o contrastarla) con las diferentes medias comunicacionales que nos acechan a diario en todas partes y que no hacen otra cosa que trasmitir toda información a través de nuestra podrida conciencia, ayer divina, inocente, libre; hoy contaminada con todas las impurezas y pestes posibles. Para no gastar tanta tinta con este “ente impulsivo” que es Trump, diré que su fortuna sobrepasa los nueve billones y que a los ojos de muchos ciudadanos en el mundo, este intruso de la política mediática no es nada menos que un populista de ultra derecha, con un considerable y fuerte apoyo de la bancada conservadora dentro y fuera de los Estados Unidos. Eso es Trump.
No es la primera vez que Trump sucumbe a la tentación de entrar en política para montarse en la silla caliente de la Casa Blanca americana, por supuesto que no; lo raro y extraño, como sorprendente, fue la manera con la cual él irrumpió en la escena política, anunciándonos aquella añeja aspiración de querer convertirse en el “jefe supremo” de todo aquel que se le ponga enfrente. En este sentido, creo que Trump nos pilló con los pantalones abajo. Quizás no estábamos preparados. Ahora bien, y para ir al grano, quién es realmente Donald J. Trump y qué se esconde tras este magnate americano; ¿cuáles son, pues, sus verdaderas intenciones? En primer lugar, la idea trumpiana, al incursionar en la política de las grandes ligas, es la de crear polémica y controversia en el ceno de la sociedad estadounidense; en un par de palabras: crear un inmenso caos; y no solo allí, sino más bien a nivel planetario, lo cual podría acabar en algo más que fatal para todos. (Pero que tal si ese caos tráyese cambio, orden, disciplina, respeto, amor y paz; algo digno y saludable que tenga que ver con un mundo nuevo, en donde reinase el debate de ideas, llámesele democracia o lo que sea.) El segundo punto sería el tono discursivo al cual Trump acudió para referirse al problema de inmigración en los Estados Unidos. México fue el chivo expiatorio con quien Trump descargó toda su furia, aunque nadie se salvó; todos pagaron el pato. La lista fue larga y tendida: Irán, Japón, Latinoamérica entera, China, Rusia, Israel-Palestina, Siria, los rebeldes de Isis, etc. Aunque lo más terrorífico fue anunciar la creación de una muralla en la frontera México-americana para persuadir el paso de cualquier persona no nacida en territorio gringo. Este fue el punto más álgido de todos con el cual Trump no se esperaba -¿o quizá sí?- tal reacción en cadena de parte de la comunidad hispana de los Estados Unidos y el resto de América Latina, junto a la idea de difamar a los mexicanos como lo peor de la especie humana y proponer una deportación en masa de más de 11 millones de residentes que viven supuestamente de manera ilegal en los Estados Unidos. Quién sabe adónde nos llevará Trump con sus trompetas apocalípticas. Por último y en conclusión, cuales quiera que sean nuestros argumentos (o a pesar de ellos) en pro o en contra de Trump, todo parece indicar que sus “propuestas políticas” son las que van liderando las primarias entre los candidatos republicanos para la próxima campaña presidencial. Sus castillos y sus torres acaso lo protejan de todo Bien y de todo Mal, aunque estoy seguro de que va necesitar de caballos, alfiles y peones para ganar la partida.