La ilusión más perfecta del alma en conexidad sensorial con los procesos de sueños, vigilias, visiones y pesadillas, es lo que pudiese deducirse de lo que entendemos por tiempo. El sin fin del tiempo no encaja con la realidad, y la realidad es apenas un pequeño fragmento de la verdad. El tiempo es, además, un correr de eternos e imperturbables fracciones de micro segundos, segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, épocas, siglos e iones compactados a la luz del sonido y la velocidad juntos, avanzando hacia lo desconocido. Del tiempo hay tiempos, pretéritos, futuros, y un “hoy” de perturbaciones atmosféricas que ponen en tela de juicio nuestra propia existencia; nuestra propia decadencia. El tiempo es tiempo, lo demás es otra cosa: lluvia, nieve, arborescencia; un poco de todo.
Consideremos al tiempo como un azar improbable de causas sin efectos y viceversa. Ese tiempo que todo devora; ese tiempo que todo desflora desde sus más profundas entrañas. Sólo sé que el tiempo ya no da para todos, el tiempo ya no da para más…
Pienso, por fin y para siempre, que los tiempos de la humanidad pudiesen cambiar de ejes mecánicos y estructuras de sistemas, dentro y fuera de la plasticidad de nuestra membrana, en un giro combinatorio de esfuerzo colectivo a su máxima potencia por encima de la escala de Tesla, tras una fuga de luz incandescente que nos llevase a un nuevo tiempo sin lugar, espacio ni materia. No obstante y sin embargo: nada escapa al tiempo, ni la duda. Todo esto (junto o disperso), podría ser el tiempo para mí.